GUADALAJARA - La herida y los recuerdos siguen presentes a 30 años de que las calles de un barrio popular de la ciudad mexicana de Guadalajara explotaran por una fuga de gasolina que dejó más de 200 fallecidos de manera oficial y cientos de supervivientes que a día de hoy no logran superar el suceso.
Patricia Huerta tenía 17 años el 22 de abril de 1992.
Según contó, el día de la explosión cuidaba a su sobrina en casa de sus padres en el barrio de Analco debido a las vacaciones de Semana Santa.
Minutos antes de las 10.15 a.m. había dejado a la pequeña en la cama mientras limpiaba el piso y de pronto escuchó a lo lejos algo que tronó con fuerza.
Casi de inmediato el piso de su casa se levantó, fragmentándose. Cuando quiso reaccionar y tomar a la niña de la mano, el techo se les vino encima y ambas quedaron atrapadas entre gruesas losas y vigas de metal. A lo lejos, escuchaba el llanto de la menor y los gritos de su padre pidiendo auxilio.
Alguien la ayudó a salir, rescataron a la niña y la subieron a un vehículo hacia el hospital, pero falleció en el trayecto asfixiada por el peso y por la tierra que aspiró.
Tras horas de buscarla en los centros de salud, la hermana de Patricia encontró a la niña entre cientos de cadáveres que fueron reunidos en un gimnasio deportivo tras la explosión.
“Nos cambió la vida, fue radical, de 360 grados, perdimos familiares, vecinos. Un día antes olía mucho a gasolina, se oía cómo chillaban las ratas del caño (tubería) queriendo salir, salían muchas cucarachas, le hablamos a los bomberos y nos decían que estaba todo bien, que no pasaba nada”, recordó.
De acuerdo con la versión difundida por los gobiernos estatal y federal, el derrame de gasolina que llegó hasta el sistema de alcantarillado del sector Reforma de la ciudad, generó la concentración de gases inflamables que no pudieron dispersarse e hicieron explotar el colector de la zona.
LAS CIFRAS OFICIALES SE QUEDAN CORTAS PARA QUIENES ATESTIGUARON LA TRAGEDIA
Las calles de esa colonia y otras aledañas se abrieron en un instante. Las explosiones marcaron un gran surco de hasta cinco metros (16 pies) de profundidad a lo largo de 8 kilómetros (4.9 millas) que dañó 1,142 viviendas y negocios dañados y se tragó a cientos de personas, coches, enseres domésticos y postes de luz.
El gobierno mexicano difundió el saldo de 212 personas muertas, 69 desaparecidas y 1,800 lesionados, aunque la mayoría de quienes estuvieron ahí afirman que esas cifras se quedan cortas frente a lo que vivieron, pues había enterrados autobuses de pasajeros repletos de gente que iba a trabajar y muchas casas se cayeron con sus habitantes dentro.
Como cientos de víctimas y sobrevivientes, Huerta no recibió atención médica ni de salud mental adecuada que le ayudara a superar el suceso.
Tres décadas después, aseguró que prefiere no hablar del tema ni revivir las sensaciones y los olores de ese día que se quedó en su memoria.
“Eso no se olvida, es una experiencia que se metió en el alma, vimos cosas muy fuertes, tuvimos pérdida humana de un ser querido, de vecinos, de bebés, aunque quieras olvidar ahí está el recuerdo”, expresó.
ESCARBAR EN LOS ESCOMBROS
Don Félix Alaniz fue a comprar tortillas esa mañana de abril y no volvió más. Su cuerpo quedó atrapado bajo una losa de concreto que cayó del cielo.
Sus hijos lo buscaron entre los escombros durante 28 días, en su búsqueda ayudaron a rescatar a otros vecinos cuyos cuerpos quedaron bajo la tierra.
“Era mucha desesperación de todas las personas, estaban muy confundidas y tristes moviendo escombros, ya para ese momento había gente del ayuntamiento, de protección civil ayudando. El espectáculo era dramático, nunca he visto algo así”, recordó Eduardo Alaniz, uno de sus hijos.
Alaniz afirmó que en la familia se sienten afortunados de haber encontrado el cuerpo de su padre entero, pues por el impacto de la explosión muchos familiares solo lograron rescatar fragmentos de sus seres queridos.
Martín Pérez encabezó un grupo de vecinos que buscaron cuerpos entre los escombros apenas minutos después de que todo volara en pedazos.
Narró que su casa quedó dañada pero de pie, lo que los alentó a quedarse a ayudar e improvisar en el zaguán un lugar para atender a los heridos y después un centro de acopio de alimentos.
“La noche del 22 de abril fue a acoger a toda la gente que estaba ahí. No nos permitían pasar los soldados, nos mandábamos recados para salvar a los vecinos. Fue algo tremendo y ojalá no vuelva a repetirse”, expresó.
Alaniz y Pérez coinciden en que el barrio no ha sido el mismo desde entonces, no solo por las construcciones que se cayeron sino porque la dinámica social cambió. Aunque hay más inseguridad, los vecinos suelen ser más solidarios que antes.
“Trato de entender que somos un barrio, una zona más humana, más amable, más amistosa. En el aspecto social sí ha cambiado, hay una convivencia más sana, de más apoyo entre las personas. Vives diario la tragedia al estar ahí y tienes que superarlo, pero es una herida que no sana, que sigue abierta”, dijo Alaniz.
El colectivo de víctimas de las explosiones han exigido en los últimos años que el gobierno estatal cumpla con las terapias de rehabilitación y tratamientos que requieren, además de pedir atención para quienes aún no han podido recuperar sus casas.