Crimen Organizado

Crecer matando: la vida de niños reclutados por cárteles mexicanos desde los 10 años

En tres años, el crimen organizado ha reclutado a unos 30,000 menores.

SHUTTERSTOCK

CIUDAD DE MÉXICO — Jacobo creció en el estado mexicano de Jalisco, hogar del Cártel Jalisco Nueva Generación. Nunca estuvo cómodo en la escuela y tuvo una infancia marcada por los abusos: en una ocasión, su madre le mantuvo las manos sobre una llama después de que supuestamente empujara a un compañero de clase.

Jacobo, que ahora tiene 17 años, dice que no lo hizo. El cártel le reclutó para cometer su primer asesinato a los 12 años.

“Ellos van calando a los chavos que andan en la calle y necesitan dinero”, dijo. “Yo con 12 años me convertí en una especie de asesino a sueldo”.

Jacobo contó su historia a Reinserta, un grupo mexicano sin fines de lucro que no reveló los nombres completos de los jóvenes porque todos son menores de edad, están recluidos en centros para delincuentes juveniles y la mayoría temen represalias de las pandillas.

DINERO Y DROGAS PARA ACALLAR LA CONCIENCIA

“Un vecino me preguntó ‘¿quieres ganar dinero?’”. La familia de Jacobo rara vez llegaba a fin de mes, y la respuesta era obvia. “Yo le dije que sí, quién no iba a querer dinero”. Pero los $1,500 que ganó no le duraron mucho. Empezó a consumir metafetaminas, en parte para acallar las secuelas psicológicas de lo que estaba haciendo.

Para la mitad de su adolescencia ya torturaba a miembros de cárteles rivales para sacarles información. Los mataba y luego descuartizaba los cuerpos o los disolvía en ácido a las afueras de Ciudad de México, a donde se había trasladado.

Su último trabajo le perdió: el cártel le ordenó que cometiera un asesinato en público, con muchos testigos. Cuando la policía salió a buscarle, él se escondió. El cártel se puso en contacto con él para decirle que cambiara de refugio. “Todo era una trampa”, recuerda. Como tantos adolescentes que trabajan de vigías, sicarios o vendiendo droga en las calles, ya no era útil y el cártel quería deshacerse de él.

La labor de los centros de rehabilitación en Guanajuato resulta todo un reto.

“Cuando llegué al punto de la reunión, comenzaron a dispararme”, dijo Jacobo. “Recibí disparos en la cabeza, la espalda y el abdomen”. Le dieron por muerto, pero logró sobrevivir y ahora cumple una pena de cuatro años por asesinato.

MUERES O PRISIÓN, CUANDO DEJAS DE SER ÚTIL

Las leyes mexicanas permiten sentencias de entre tres y cinco años para la mayoría de delincuentes juveniles, de modo que casi todos salen libres antes de los 21 años.

Reinserta trabaja para evitar que sean reclutados por los grupos del narcotráfico y busca formas de rehabilitarlos si eso ya ha ocurrido.

En México, es un trabajo difícil. Jacobo está vivo, pero sigue teniendo miedo. Sabe por su propio trabajo en el cártel que está en todas partes y no se detiene por nada. “Ahora soy sólo un objetivo a eliminar, una piedra en el zapato de uno de los cárteles mas poderosos del país”, dijo.

El crimen organizado muestra su poder en el estado de Guerrero.

Marina Flores, investigadora de Reinserta, dijo que sus estudios sugieren que algunos lugares comunes sobre los chicos que trabajan en el narcotráfico no son ciertos.

RECLUTAS CADA VEZ MÁS JÓVENES

Aunque casi siempre consumen drogas y abandonan -o son expulsados- la escuela antes de unirse a los cárteles, la pertenencia a pandillas callejeras locales no parece ser un factor decisivo. Los cárteles en México reclutan directamente a los niños en cuando dejan la escuela.

“Las pandillas no es un escalón previo para que que ellos entren a la delincuencia organizada”, explicó Flores. “Estamos dando cuenta de que los sacan de la escuela, y ellos inmediatamente se van a la delincuencia organizada”.

La Red por los Derechos de la Infancia en México estima que entre 2000 y 2019, 21,000 menores de 18 años fueron asesinados en México y otros 7,000 desaparecieron.

El grupo estima que unos 30,000 menores habían sido reclutados por narcotraficantes para 2019.

Ante la situación que viven, pobladores desesperados encaran a militares. 

Reinserta señala que los chicos suelen ser reclutados por otros niños de su edad. Una forma de hacerlo es el consumo de drogas, pero los cárteles también recurren a creencias religiosas y a una sensación de pertenencia que los niños no encuentran en otro lugar. Otro factor es la combinación de pobreza, hogares abusivos y escuelas y servicios sociales sin capacidad de reacción.

Para el reporte publicado el miércoles, Reinserta entrevistó a 89 jóvenes en centros para delincuentes juveniles en tres estados en la frontera norte, dos estados en el centro de México y otros dos en el sureste del país. De los 89, 67 dijeron que habían participado de forma activa en los cárteles. La edad media de contacto con las bandas de narcotráfico estaba entre los 13 y los 15. Todos ellos habían dejado la escuela, y todos terminaron utilizando armas de fuego.

Los cárteles encuentran útiles a los menores de 18 porque les resulta más fácil pasar desapercibidos y la justicia no les procesa como a adultos. Al principio se les utiliza para vender droga en la calle y como vigías, pero a menudo se les asciende con rapidez a sicarios.

Es del cartel de Santa Rosa de Lima, donde un delincuente dice que no dejarán entrar a Guanajuato al cartel de Jalisco Nueva Generación.

VIVIR MATANDO Y SIN REMORDIMIENTOS

En los estados en la frontera norte, los chicos se ven atraídos con una variedad mayor de drogas, reciben más armas y otra instrucción de los cárteles, participan en más actividades delictivas y llegan más rápido a tareas violentas que los jóvenes de estados sureños.

Por ejemplo, Orlando creció en las calles de ciudades norteñas como Ciudad Juárez tras escapar de un orfanato. Calcula que entre los 10 y los 16 años mató a 19 personas, la mayoría por orden del Cártel de Sinaloa.

Ahora tiene 17 años y cumple una pena de cuatro años por homicidio. “Yo no sé vivir de otra manera, más que matando”, dijo.

Como Orlando, Iván creció en una localidad norteña con un padre que trabajaba para el cártel.

Pero él no sufrió pobreza o abusos: tomó una decisión consciente de sumarse al mismo cártel para el que trabajaba su padre.

La poderosa organización criminal utiliza drones con explosivos contra ellas. 

“Yo estaba muy influenciado por la narcocultura, me gustaban los corridos, las series, las armas y las trocas (camionetas)”, recuerda.

Para los 11 años trabajaba como sicario para el cártel y descuartizaba o disolvía los cuerpos de sus víctimas. La primera vez que vio cadáveres se asustó, pero en poco tiempo “ya no sentía nada, ni miedo ni arrepentimiento, ni culpa, ni nada”. Iván también cumplía una pena por asesinato.

Reinserta propone posibles soluciones, como más atención rápida para los niños, más oportunidades recreativas y de aprendizaje e intervención para prevenir la violencia doméstica. El grupo también propone crear un registro nacional de chicos reclutados por cárteles y prestarles atención psicológica, así como tratamiento temprano y eficaz contra las adicciones.

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