JUCHITÁN, Oaxaca - Con esmero y dedicación, las manos de Margarita López golpean la masa hecha de harina, manteca, sal, huevo y azúcar.
Después, la divide en pequeñas porciones para dar paso a formar unas figuras místicas: una rosquita y un conejo que elabora artesanalmente.
"Nos levantamos a la una, a las dos de la mañana, la hora descansamos de un ratito", dice López.
En un horno de adobe, las siluetas toman vida y, tras media hora salen tostaditas, listas para adornar los altares oaxaqueños de Día de Muertos.
"La costumbre de acá puro conejito y la rosquita", explica Margarita López.
Este pan es una tradición típica de Juchitán, un pueblo zapoteca del Istmo de Tehuantepec, donde familias enteras se involucran en su elaboración.
"Los nietos, bisnietos, apoyamos a la familia a adornar las roscas y los conejitos", cuneta Anaís Vásquez López.
Desde el corazón del mercado de flores, el cronista Tomás Chinas nos dijo que la historia relaciona al símbolo del conejo con un nuevo ciclo de la vida.
"Lo relacionan a una diosa fenicia que era la diosa de la fertilidad", dice Chinas.
Pero la rueda, a veces adornada con chispitas de colores y con una trenza, tiene que ver con un significado aún más espiritual.
"Este pan representa, simboliza, el ciclo de la vida y la muerte", explica.
La costumbre se originó con la llegada de los españoles, pero con el paso de los años se adaptó a la vida de los pueblos oaxaqueños y en algunas regiones también se hacen cruces adornadas con ajonjolí.
Ya en los altares, el panecito se cuelga junto a los nombres de los seres amados, enmarcado por frutas y flores amarillas de cempasúchil que terminan de ambientar todo el escenario.
"Ofrecemos a los espíritus y es muy rico sabroso, nanishe", asegura Soledad Díaz, quien ya montó su ofrenda.
Una forma diferente de combinar el sabor y la tradición que le da la bienvenida a las almas, en su día, el Día de Muertos.